ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
Repensando el género como categoría social en las prácticas ambientales
Rethinking gender as a social category in the environmental practices
Betty Hernández Becerra1
Grupo de Formación y Educación Ambiental para el Desarrollo Sostenible CEPRODESO, Centro de Investigaciones y Servicios Ambientales, ECOVIDA. E-mail: betty@mhn.vega.inf.cu
RESUMEN
Género y medio ambiente, un tema introducido pero aún pendiente en las prácticas ambientales; por ello la propuesta de acercarnos a la relación mujer naturaleza cultura poder, desde las asignaciones impuestas y naturalizadas, en y desde el patriarcado para hombres y mujeres. Dialogar nuestro quehacer con nuestras concepciones de género es imprescindible para repensar el análisis que hoy logramos realizar de la categoría en los proyectos que gestamos. ¿Cómo construir indicadores de género que nos permitan visualizar cambios reales en el contexto cubano actual?, ¿qué elementos tener en cuenta para ello?, son provocaciones que creemos necesarias para romper el silencio y la acriticidad que han acompañado este tema.
Palabras clave: Género y medio ambiente, indicadores de género, prácticas ambientales.
ABSTRACT
Gender and environment, a used term but still an unresolved topic in the environmental practices.Therefore the proposal to approach the relation women-natureculture-power,from the natural and imposed designations of women and men from and inside the patriarchy. It is indispensable to debate our tasks with our gender conception to rethink the analysis we are able to do today of the category of all projects we generate. How to build gender indicators that may allow us visualize real changes inside the present cuban context? What elements we need to take into account for it? Those provocations we believe are very necessary to break the silence and non-critical behaviours have characterized this topic.
Key words: Gender and environment, gender indicators, environmental practices.
Pablo Freire
Mujeres y hombres en un ambiente común.
A lo largo de los siglos, poetas y escritores han retomado a la Madre Tierra para expresar vínculos y relaciones con la naturaleza. No pocas son las analogías hecha desde lo cultural: «Para los indios, la Tierra -Prithivia- es la madre del género humano; Démeter es a la vez la diosa madre y la personificación de la Tierra; en casi todas las mitologías se habla de la `Madre Tierra'. En la tierra acontece la reproducción de la vida en sus formas más primitivas y la simbología arcaica vincula siempre la fecundidad de la hembra, así como vincula el arado al hombre que rasga a la mujer y la abre para la maternidad: arar la tierra es símbolo de cópula en los sueños y los mitos.»(1)
La figura de la madre-tierra se ha transmitido por generaciones en casi todas las culturas: femenina, fecunda, nutricia y amante leal. Múltiples son las civilizaciones han confiado, hasta hoy, en la magia benefactora de la naturaleza, al igual que lo hacen con la figura materna. Ambas, naturaleza y figura materna, cargadas de numerosas construcciones sociales asignadas.
La visualización que se hace de la mujer en relación con la tierra la vincula a la recolección y también a las primeras ideas sobre agricultura y ganadería, asimismo la industria femenina a escala básica que produjo tejidos, cerámicas, medicina y la conservación de alimentos. Procesos que iban acorde a los ciclos de la naturaleza, respetando su regeneración y su vulnerabilidad ante la codicia.
Deteniéndonos en las trampas del lenguaje y descubriendo en ellas posturas de género, no es difícil reconocer cuánto de feminidad hay en estas dos expresiones (madre tierra naturaleza).
Sin embargo, desde que el ser humano comenzó a despejar tierras para la agricultura, el destino de la tierra casi siempre fue decidido por hombres. Y ésta podría ser una de las razones para la crisis ambiental que ahora tan claramente enfrenta al planeta.
El quiebre de la relación ser humano-naturaleza -armónica hasta entonces- se produce cuando el hombre comenzó a privilegiar su uso en miras del proceso de desarrollo que busca ganancias y acumulación de capital.
Pocos recursos son más complejos que el suelo, que la misma tierra. Sus características afectan a muchas y diversas dimensiones de la vida social pese a que se trate de un recurso único, indivisible, integrado.
Si bien es cierto que hubo civilizaciones que sacralizaron a la tierra, le otorgaron un estatus divino para poder reflejar su complejidad, su potencialidad creadora. La civilización industrial, por el contrario, ha tratado de fragmentarla en componentes aislados, de equipararla a cualquier otra mercancía.
Desde luego, no debemos generalizar. Hay hombres que luchan apasionadamente por el medio ambiente, y hay mujeres que han contribuido a destruirlo. Pero no cabe duda alguna que un mejor equilibrio entre los géneros para la toma de las decisiones ayudaría a lograr un mejor equilibrio con la naturaleza.
La discusión sobre mujer y medio ambiente comenzó a ser incorporada a la agenda política sobre los años noventa, como tarea pendiente para los gobiernos del mundo, emanada de la Cumbre de Río. Aunque a mediados de los años ochenta se había comenzado a articular, en el discurso, el tema del medio ambiente y las mujeres. Anterior a esto, el ecofeminismo ya había ganado todo un mapa conceptual alrededor de las relaciones mujer naturaleza.
El análisis de los procesos tan acelerados de degradación ambiental, impone visualizar e incorporar el impacto que las mujeres y los hombres, en el contexto del modelo de desarrollo actual, provocamos al ambiente. Así como el trabajo de las mujeres ha sido y sigue siendo invisible, también los conocimientos (uso y manejo) que poseen sobre los recursos naturales en las sociedades rurales y urbanas han sido invisibilizados, de conjunto con sus aportes desde lo económico y lo social.
Creer que el desarrollo es igual para todas las personas, negando que este tiene un impacto diferenciado según el género, reproduce las desigualdades.
La provocación para repensarnos género, incluso repensarnos medio ambiente en sí mismo, va desde ahí, desde la individualidad, la proyección, lo construido y el modo en el que acríticamente respondemos a ello y de igual manera instauramos nuestras concepciones en las prácticas ambientales que llevamos a cabo.
Un número no despreciable de proyectos se han intencionado para rescatar el tema de la mujer y su vínculo con cuestiones ambientales. Pero me sigue quedando el sinsabor de no visualizar en ellos la problemática de género entendida incluso más allá del tema mujer, entendida desde lo relacional del término que implica aceptar que los proyectos que contribuyen al empoderamiento de las mujeres tienen una incidencia directa serruchando los pilares patriarcales de la masculinidad hegemónica. La repercusión en la proyección de la masculinidad puede acentuar la diferencia y remarcar el poder desde la violencia, o desde el cuestionamiento identitario en busca del supuesto equilibrio establecido acríticamente, por tanto sería, innecesariamente inocente desentendernos de este vínculo hombre mujer naturaleza.
No podemos olvidar que somos fruto de una cultura patriarcal, que nos marcó incluso antes de nacer; ni que cargamos con asignaciones impuestas que de manera sutil se manifiestan desde los nombres que nos eligieron nuestros padres, hasta el futuro que pensaron para nosotros, y a todo ello, de manera más consciente o inconsciente, respondemos.
El Patriarcado o sistema patriarcal concepto clave en la teoría del género-, ha permanecido estable a lo largo de milenios y ha conseguido colonizar la casi totalidad de las culturas de nuestro tiempo. Eso no implica que no haya sido modificado, evidentemente, las formas en que se expresa el patriarcado han variado en el tiempo y son muy diferentes en la actualidad, según qué cultura o qué países observemos. Lo que se ha mantenido estable es su estructura, los pilares del sistema: una estructura jerárquica, piramidal, con una división de funciones basada en el sexo y donde la esfera pública corresponde a los hombres y la esfera privada o doméstica corresponde a las mujeres. El poder que puedan tener los hombres, según el estrato social en que se hallen, les viene dado por ser hombres mientras que el poder que puedan tener las mujeres les viene dado por el hombre o los hombres de quienes dependen y de la misma forma se les puede retirar o limitar. Así pues, la construcción del género como desigualdad social, es la médula espinal del patriarcado.
No es posible determinar el inicio de la supremacía del pensamiento masculino, racional y jerárquico. Lo cierto es que existe una conciencia masculina y occidental que pretende dominar la naturaleza y a la mujer con argumentos que apelan a un proyecto de desarrollo basado en la productividad sin una ética de conservación.
Dentro de esta concepción de vida, el hombre postuló la racionalidad como el modelo objetivo de pensamiento que debía dominar el mundo. Las cualidades asumidas como netamente masculinas como la abstracción, la lógica y el poder fueron las que la población humana consideró como deseables.
Corrientes femeninas hicieron lo suyo, tratando de legitimarse en el mundo masculino a base de los valores que el hombre trataba de imponer. Con esta ideología nació el feminismo, en momentos que la mujer padecía la peor discriminación social, cultural, política y económica de sus valores, una realidad la movía, si bien «Las mercancías han aumentado [...] la naturaleza se ha reducido. La pobreza del Sur se origina en la creciente escasez de agua, alimentos, forraje y combustibles, que va aparejada con el creciente maldesarrollo y la destrucción ecológica. Esta pobreza afecta más a las mujeres, primero porque son las más pobres entre los pobres, y segundo porque, junto con la naturaleza, son las principales sustentadoras de la vida.»(2).
¿Cómo desde esta realidad, de la que somos parte, podemos intervenir en los proyectos que gestamos?, ¿cómo lograr entonces que nuestras subjetividades, nuestras concepciones de lo asignado culturalmente para un género o el otro, no vicien nuestra investigación, nuestra intervención comunitaria?, ¿qué elementos tener en cuenta para construir indicadores de género que nos permitan una mirada a la realidad de hombres y mujeres en un contexto determinado?
Son muchas las interrogantes a las que no podemos estar de espalda. Por otra parte creo relevante enmarcar aquí una postura que considero debe ser cuestionada, y es la de limitar nuestros proyectos a la descripción de roles asumidos por hombres y mujeres, es necesario llegar al punto del poder, llegar a visibilizar la manera diferente en que nos relacionamos con la naturaleza desde el género asignado y asumido.
Y con base en esta idea, en la carga cultural impuesta al género, en la diversidad biológica peculiar de cada lugar, entonces es necesario pensar, que para materializar conceptos como desarrollo sostenible o sustentable, es necesario aceptar que pueden existir tantos desarrollos como posibilidades de concebirlo y concretarlo, con los propios pobladores y sus peculiaridades desde la relación genérica establecida.
«Desarrollo equivale hoy a maldesarrollo, un desarrollo despojado del principio femenino, principio de conservación, principio ecológico. El desdeñar la obra de la naturaleza al renovarse a sí misma y la labor de la mujer al producir lo que satisface las necesidades básicas y vitales es parte esencial del paradigma de maldesarrollo que considera no productivo o improductivo todo trabajo que no dé ganancias y no genere capital.» (3)
Desde la visión más popular hasta la más científica del género como categoría. Una parada necesaria.
No es extraño escuchar en el medio académico e investigativo que alguien está realizando un proyecto con enfoque de género, que se hace política con enfoque de género, que se elaboran propuestas con enfoque de género, que un equipo determinado trabaja con la perspectiva de género; o sobre problemáticas de género; que bueno sería que nos diéramos la oportunidad, y esa es la invitación, a comprendernos género en sí mismo, a atrapar la complejidad de la dimensión en tanto dimensión social, cargada de subjetividades humanas, atribuciones y acumulados históricos.
El concepto de género hace posible distinguir las diferencias sexuales, fundadas biológicamente entre mujeres y hombres, de las diferencias determinadas culturalmente entre las funciones recibidas o adaptadas por estos en una sociedad determinada.
Alicia González y Beatriz Castellanos señalan que el género es el «conjunto de atributos, cualidades, actitudes y modos de comportamientos asignados y esperados por cada sociedad para el hombre y la mujer, que pauta rígidamente todas sus expresiones conductuales, desde el nacimiento y a lo largo de toda la vida. Constituye el modelo o patrón de feminidad y masculinidad socialmente establecido en cada contexto, cultura, región, a partir de los que se educa la sexualidad (hombre proveedor versus mujer madreesposa)». (4)
Se impone comprender entonces que el género es una forma de ordenamiento de la práctica social. En los procesos de género, la vida cotidiana se organiza en torno al escenario reproductivo, definido por las estructuras corporales y por los procesos de reproducción humana. Es entonces el género una práctica social que constantemente se refiere a los cuerpos y a lo que los cuerpos hacen, pero no es una práctica social reducida al cuerpo. Sin duda, el reduccionismo es el exacto reverso de la situación real.
El género existe, precisamente, en la medida en que la biología no determina lo social. Marca uno de esos puntos de transición en los cuales el proceso histórico reemplaza a la evolución biológica como forma de cambio. Sin dudas, lo que consideramos hoy femenino y masculino va más allá de la biología, es una construcción social.
Nuestra realidad como cubanos y cubanas. Una mirada necesaria para repensar nuestras prácticas.
Uno de los principales desafíos que tiene la temática de género, es la convivencia en tiempo y espacio de viejos y nuevos paradigmas de mujer y hombre, paradigmas que han tipificado las relaciones de género en la sociedad cubana en estos 55 años.
La participación de la mujer en la vida económica, política, social del país y su crecimiento a nivel individual y social en el proceso de la reconceptualización y reconstrucción de lo considerado tradicionalmente como masculino y femenino, muestra incuestionables avances.
El estado cubano en concordancia con su proyecto de justicia social, para eliminar toda forma de discriminación y opresión por razones de clase, género y raza, ha puesto en práctica una estrategia nacional de desarrollo que comprende la ejecución de forma articulada y armonizada de programas económicos y sociales. En tal sentido ha impulsado la reacción y desarrollo de las bases económicas, jurídicas, educacionales, culturales y sociales que garanticen la equidad de derechos, oportunidades y posibilidades a hombres y mujeres.
Una lectura eminentemente estadística del tema pudiera hacernos pensar que todo está resuelto desde la igualdad y la equidad y que la desigualdad es un hecho quedando en el pasado, sin embargo, no es así.
Más allá de la participación en la vida pública tan evidente en las cifras cuantitativas que podemos mostrar hoy como sociedad, qué pasa desde lo cualitativo, cómo se da esta participación, cuáles son los costos reales de esta participación en la vida pública, en qué condiciones se da y sobre todo qué está pasando con las relaciones de género en lo que se llama la vida privada en el ámbito doméstico ahí están hoy alguno de los grandes retos, las mujeres se han incorporado a la vida pública pero sin cambiar, de manera significativa, los juicios de valor, las concepciones, las costumbres que la siguen responsabilizando con lo doméstico, con la atención a los hijos.
La mujer y el hombre no son entes homogéneos, somos cubanos y cubanas, pero somos peculiarmente diferentes. Usar la categoría género en nuestros proyectos implica entender que el género está atravesado por otras circunstancias, hay que mirar clase, grupo etario, discapacidad. Necesitamos entender que somos un universo plural, diverso, y solo así será posible aplicar políticas públicas que lleguen a la gente y lo hagan participar.
Es cierto que Cuba ha logrado avanzar desde sus políticas y sus intenciones en la igualdad de derechos, la igualdad de oportunidades y la igualdad de posibilidades. Aterrizar eso en la práctica, ver los matices de lo dado, es necesario para el salto que desde el género se quiere en las prácticas ambientales que gestamos. El gran reto del enfoque es que para lograrlo, más allá de un discurso, para incorporarlo es necesario mirarnos diferente, cuestionarnos la manera en que hemos sido construidos.
La tenencia de la tierra y el control de los recursos naturales, no tiene negación para las mujeres en las políticas públicas cubanas, sin embargo, en el imaginario social, parecería que está acuñado que es esta una posibilidad para hombres, que las mujeres no la visualizan y de hacerlo, merecen incluso exclusivas en la Televisión Nacional. Que bueno sería preguntarnos si esa exclusiva en lugar de incluir, no excluye, en tanto se da como extraordinario algo que debería ser parte del día a día.
Indicadores de género en nuestros proyectos.
El término indicadores, en el lenguaje común, se refiere a datos esencialmente cuantitativos, que nos permiten darnos cuenta de cómo se encuentran las cosas en relación con algún aspecto de la realidad que nos interesa conocer.
Si acercamos esta posibilidad que nos brinda la construcción de indicadores a la temática de género, nos encontrarnos con una realidad y es que la medición de aspectos de las relaciones de equidad de género son susceptibles de ser medidos y cuantificados, y reconocemos que es igualmente difícil medir y cuantificar las dimensiones cualitativas o subjetivas de las relaciones de poder entre los géneros.
Necesitamos entonces aceptar la idea de que construir indicadores pasa por pensar en devoluciones que estén apuntando a medidas, a números, pero también a hechos concretos de la realidad, a opiniones con relación a un tema, y la percepción más subjetiva de la realidad. Pensándolo así, hay espacio, sobrado espacio, para retomar el tema de género en los proyectos de desarrollo ambiental desde la medición de indicadores.
Sería bueno detenernos y pensar qué importancia tiene el uso de indicadores de equidad de género en los proyectos gestados. Nos permitirá este cuestionamiento enfocar las acciones para hacer visible lo invisible, para comparar los resultados con otras comunidades, hacia dónde tiende a cambiar la situación, así como permitirnos medir la contribución de políticas, proyectos y programas, a la equidad de género en una comunidad determinada.
Definir indicadores de género no debe ser asumido por un investigador, ni siquiera por un equipo de investigación, sería sumamente válido que se construyan indicadores que le permitan a los involucrados participar en su definición, y deben apuntar esencialmente a un enfoque participativo, que logre atrapar una visión de proceso más que de resultados,
considerando la complejidad de los procesos de transformación en temas de equidad de género.
Sería oportuno que estos indicadores que a su vez tengan en cuenta que detrás de las relaciones de género subyacen relaciones de poder en sus diferentes dimensiones (personales, sociales, culturales políticas y económicas) que se interconectan.
Pensar en indicadores de género tiene necesariamente que cubrir aspectos cualitativos, que incluyan una lectura de género en el aumento de la implicación en tareas de producción o en posiciones de decisión de las mujeres. Cómo hacer una lectura de género al incremento del papel de la mujer en la producción, incluso al papel que desempeña una mujer en determinada posición que puede ser considerada incluyente dentro de lo social. Sin embargo, y lo apunto desde la experiencia, está incorporada la mujer pero desde la reproducción de roles típicos sin escalar esferas de poder o legitimar su papel en la toma de decisiones (secretarias, auxiliares, cocineras ) o la valoración que percibe una mujer vinculada a la producción o a esferas de poder por parte de otras mujeres y de los hombres con los que comparte dinámicas.
Se precisa definir, a la hora de pensar indicadores para la temática, el punto de referencia que permita medir el cambio en el tiempo, cambio que, acercándonos a la temática, debe ser pensado en tres dimensiones, cambio conceptual, cambio a nivel de implicaciones afectivas y cambio de actitud, como meta final deseada, meta que debe ser ubicada en un largo plazo y que necesita del sostenimiento de logros de cierto proyecto o programa para consolidarse.
Por otra parte, la medición de impactos de la temática resulta compleja en tanto se hace más difícil aislar los resultados, sobre todo los resultados alcanzados a largo plazo, de otro conjunto de factores externos que pueden confluir en el éxito del mismo.
La experiencia ha demostrado que las iniciativas de desarrollo rural y agrícola no afectan por igual la vida de hombres y mujeres y en este punto es necesario retomar el tema del poder y el elemento relacional de la categoría género. Sería conformismo y pérdida total de la perspectiva de género afirmar que el aumento de los ingresos, los beneficios o las pérdidas, se distribuyen por igual en una familia; hay implícitos de género, implícitos que deben ser tocados. ¿Estaríamos abordando la realidad desde una perspectiva de género si nos conformamos con aceptar que en cierta familia el mayor ingreso familiar es aportado por una mujer, cuando se descuida el fin que tendrá ese capital si el poder no ha sido repensado a lo interno de la dinámica familiar?
Pensar en indicadores que nos permitan visualizar logros con relación al género en cierto proyecto, implica crear indicadores que no solo expresen cantidad y frecuencia, sino, cualidades, características o fenómenos intangibles, percepciones, prácticas, opiniones, habilidades o hechos, permitiendo describir la situación real de vínculo, las relaciones de poder y desigualdad, las satisfacciones generadas, la comprensión de un modo de actuación diferente.
Reconozco compleja la tarea, ahora mismo me viene a la mente cómo construir un indicador que sea medible desde las acciones generadas por cierto proyecto o proceso y que atrape el grado de empoderamiento alcanzado por la mujer, sabiendo que este fenómeno es multidimensional, está asociado al autofortalecimiento, el control, el incremento de poder, la autoconfianza, hasta la vida dignificada de la mujeres, con capacidad para exigir derechos, para tomar decisiones.
Si estamos aceptando que el empoderamiento es el máximo exponente del nivel de autonomía para escoger, actuar y tomar decisiones de manera consciente y comprometida, medir este indicador no podría negar estos elementos y quedarse atrapado a un nivel abstracto o desconocedor de la complejidad. Como proyecto, pensado en función de ganancias ambientales que no pueden perder de vista el ser humano que las genera, qué hacer para favorecer este indicador, hasta dónde podemos llegar, qué metas podemos alcanzar, qué niveles de empoderamiento son posibles según la realidad en la que intervenimos.
Pensando en voz alta
Si queremos formular indicadores que visualicen transformaciones reales con relación a la temática de género, es IMPOSIBLE hacerlo desde un solo indicador como tantas veces se pretende atrapar en disimiles proyectos, y no puede hacerse desde ahí en tanto no permitirá abarcar la compleja totalidad de un hecho ni sus múltiples dimensiones. No podrían ser indicadores rígidos ni invariables, sería oportuno empezar por definir el indicador para el resultado de máxima jerarquía, es decir, el impacto o situación final que necesariamente estará relacionado con un cambio que materialice la horizontalidad en las relaciones y serán sin duda indicadores a revisar con periodicidad pues necesitarán repensarse constantemente.
Los indicadores, nos permiten evaluar, conocer conceptos y lo que hay detrás de ellos, bien elaborados son muy útiles para dar el salto social que queremos generar y el mejor lugar para iniciarlo es en las comunidades donde realizamos hoy acciones en pro de acercar y comprometer a hombres y mujeres con su entorno.
He querido dejar aquí provocaciones para repensar también nuestras percepciones personales; este artículo comenzaba afirmando, que somos nosotros, hombres y mujeres de estos tiempos quienes nos estamos animando a cambiar una realidad de la que somos parte y hacemos parte; no nos es para nada ajena, pero necesitamos medir, intencionadamente en nuestro día a día como seres humanos y como gestores de experiencias, qué está pasando con el género en nuestras prácticas, qué estamos entendiendo por perspectiva de género, qué queremos cambiar, cómo lograrlo; toquemos los miedos, las resistencias, y seamos mejores hombres y mujeres, es esta una manera directa de interactuar con la naturaleza.
La batalla será larga y tendrá velocidades diversas, según las oportunidades y según las condiciones. Requerirá muchas generaciones entregadas a ser correa de transmisión dialéctica en todos los frentes y desde lo objetivo hasta lo subjetivo, siempre indisolubles. Y ya que la batalla ha de ser larga, y ancha, no nos sentemos, como dijera Silvio Rodríguez, en «las sillas peligrosas que nos invitan a parar». No se trata de ser acrítico, ni complaciente, ni resignado, ni conformista se trata de declarar la guerra sin cuartel al prejuicio reaccionario con el tema de género que, mientras se regodea, silencia todo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Sábato, Ernesto, «Trascendencia e Inmanencia» en: Sábato, Ernesto, Heterodoxia, Buenos Aires, Editorial Seix Barral, 1991, p. 61.
- Veneros, Diana, Perfiles revelados. Historias de mujeres en Chile. Siglos XVII-XX, Santiago, Chile, Editorial Universidad de Santiago, 1997, p. 59.
- Shiva, Vandana, Abrazarla vida. Mujer, ecología y supervivencia, Montevideo, Instituto del Tercer Mundo, 1991, p. 19.
- Alicia González y Beatriz Castellanos Sexualidad y géneros. Alternativas para una educación ante los retos del siglo XXI. Editorial Científico Técnica. Ciudad de la Habana, 2003, p. 103
Recibido: 20 de diciembre de 2013.
Aceptado: 11 de febrero de 2014.
Betty Hernández Becerra. Grupo de Formación y Educación Ambiental para el Desarrollo Sostenible CEPRODESO, Centro de Investigaciones y Servicios Ambientales, ECOVIDA. E-mail: betty@mhn.vega.inf.cu
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